La intensa mirada no es la misma para todas
Vanessa Ariza
IG.: @vansarih
Hay algo sobre los gringos, franchutes, alemanes… en fin, tipos blancos adinerados que siempre me inquieta. Odio sus miradas, odio su forma de hablar. A veces me pregunto si mirarán así a las mujeres de sus países o si mi intuición aún sirve para algo y su mirada es diferente con nosotras. Ya en los setenta, Laura Malvey teorizó sobre el male gaze en el cine: una mirada masculina que convierte a la mujer en objeto de deseo. Este concepto se extrapoló a todas las esferas de nuestra vida y más tarde se diría que esta mirada está tan intrincada en nuestra psique que siempre actuamos como si hubiera un hombre observándonos, deseándonos. Y así vivimos nosotras, con un espectro siempre vigilante, un ente que nos observa y juzga nuestra belleza incluso cuando nadie más está mirando.
Pero ¿esa mirada es la misma para todas? Vuelvo al gringo, ¿de verdad mira con esa lascivia a sus compañeras blancas? Digo, si vemos series o películas producidas por esa gente, podemos ver que la mujer “latina” tiene ciertas características: es morena, curvilínea, estridente y jodidamente sexual. Las mismas artistas se retratan así para ser contratadas en esos papeles y las podemos ver explotar su “latinidad” incluso si son de allá y resulta que su tátara abuela era medio mexicana. Hasta las blancas como las Kardashian se operan y fingen estas características para monetizar.
¿Por qué es tan rentable? Bueno, especularía que tiene todo que ver con la mirada, un male gaze bastante particular, en el que el observador y la observada tienen no solo un género, sino un color de piel. Y bueno, “latinas” y blancas privilegiadas monetizando con la mirada fantasiosa de estos hombres suena a problema de ellas, pero no lo es. Donde ellas monetizan, nosotras sufrimos abusos y humillaciones. La clave está en la hipersexualización que atraviesa nuestros muslos, piernas, cadera, mirada y hasta la punta de nuestros cabellos.
Y es que no solo nos ven sensuales, nos ven ansiosas por sus vergas. Entonces regreso al primer punto, su mirada. En mi ingenua juventud, bueno, niñez más bien, me sentía alagada por ser deseada por ellos. Ya saben, un extranjero (de estatus) fijándose en mí, una muchacha que en su infancia quería ser blanca y bella como su hermana. De repente, las chicas blancas eran las corrientes y yo pasaba a ser el centro de atención. Y bueno, me metí con algunos, más que porque me gustaran, por el subidón a mi autoestima que conllevaba el sentirse deseada por ellos.
Bueno, la experiencia fue fatal, asquerosa y humillante. Estos hombres me veían como una máquina sexual que cumpliría con sus fantasías de mujer desenfrenada, curvilínea, morena y caliente. En su mirada estaba todo y sus palabras no tenían el más mínimo pudor. En una primera cita eran capaces de sacarte un “I just want to fuck you” sin miramientos, si bailaba con ellos empezaban a tocarme casi que inmediatamente.
Eso no es todo, así como su male gaze me convertía en esa chica latina caliente que solo quería montarlos hasta saciarse, ese espectro que había en mí me invitaba a actuar exactamente de esa forma. ¿Eso qué quería decir? Que ellos pensaban que yo era el puerto para cumplir todas sus fantasías y yo era incapaz de poner límites. Entonces ya se imaginan cómo es el sexo: ellos hacen sin preguntar porque para eso estás, porque no solo eres mujer, eres una mujer “caliente”.
Y yo me pregunto, en este panorama, ¿es casualidad que muchas mujeres reporten lo mismo? ¿Es suficiente decir male gaze como si fuera una mirada masculina hacia TODAS las mujeres? Porque claramente no lo es. Ahora, ¿esa mirada masculina es universal? Quiero decir: ¿pertenece a todas las masculinidades? Acá también me aventuro a decir que no. La decolonialidad nos ha traído esto, los universales no existen, cada uno ve desde su esquina y esto también afecta el male gaze.