Yira Miranda Montero
Twitter: @YiraMirandaM
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Llega un momento en la vida en el que toda la investigación científica que has hecho sobre las relaciones humanas de cualquier tipo se te estalla en la cara como torta de espuma pesada y olorosa.
Hay otro momento en la vida en el que cumples 30’s y parece que todo debe volver a empezar porque has permitido tanto que hasta tu propia ética has visto tambalear; todo el mundo tiene derecho a vivir las crisis de la mediana edad y a equivocarse así sea a costa de los demás y a deconstruirse hasta lo profundo así no tuvieses nada con qué reparar.
No sabes nada porque gracias a la infinita capacidad humana para acostumbrarte o asombrarte, repetimos una y otra vez los mismos patrones comportamentales de los que siempre nos hemos quejado. Nos quejamos de la falta de ternura y ahí andamos tan toscos como nos es posible; nos quejamos de la mentira y ahí estamos creando cuanta elucubración alucinante para quedar bien porque todo el tiempo se nos hace más fácil mentir que reconocer incluso los más pequeños e insignificantes errores.
Nos quejamos de los celos y ahí estamos una y otra vez cayendo en pensamientos intrusivos, viciosos, perversos sobre lo que esperamos de otras personas. Sin embargo aquí está el dilema y la contradicción misma. Todo se basa en la mentira. Es tremendamente difícil volver a confiar cuando sabes que te han ocultado información, o la han cambiado; ponle la justificación que sea: por tu bien, por el mío, por la paz mundial. Sin embargo, cuando te enteras, el impacto psicólogo del engaño queda ahí como tic nervioso que nunca desaparece y la realidad es que nadie te ayuda a salir de ese remolino porque luego lo único que se te exige es actuar como si nada de eso hubiese pasado porque la amargada, la que no perdona rápido, la que no supera luego vas a ser tu.
Volviendo a los celos, pasa algo parecido o peor cuando ya les conocías y sabías qué hacer con ellos, cómo manejarlos y aprender de todo lo que te decían de ti misma y los demás, sin embargo, hay más momentos de la vida en el que se convierten en el mounstro debajo de tu cama, quisquilloso hablándote al oído y dejándote paralizada por el dolor que te hacen sentir. Y no crean que solo estoy hablando de los celos dentro de las relaciones amorosas románticas, no, también estoy hablando de esos celos que se sienten entre amigas, colegas, familiares, diplomáticos y pónganle nombre al personaje que quieran.
Respecto a la mentira, y ya se darán cuenta por qué vuelvo siempre al mismo tema, solo puedo decir que pido disculpas por el incidente de creer lo que aquí escribo, -pero aprovecho para reflexionar sobre las famosas verdades que se dicen en las mentiras literarias (lo esencial solo se puede contar por medio de metáforas, leyendas, mitos y ficciones) y también sobre las muchas mentiras que componen aquello que llamamos verdad. Los humanos somos una pura narración. Somos palabras en busca de sentido […] Hay que construir una nueva narrativa personal. Somos todos novelistas, escritores de un único libro, el de nuestra existencia- (Montero, 2022), y las mentiras también se hallan en los libros de historia universal que encontrarás.
Les pedí que no me juzgaran porque creí en todas y cada una de las palabras del fascinante libro de Rosa Montero: El peligro de estar cuerda. Y tal parece que muchos estamos de psicóloga o psiquiátrico sin reconocerlo. Parece que encontré las respuestas que buscaba o ninguna. O quizás me quedé a medias en esa búsqueda infructuosa por la verdad de la que todo el mundo duda y resulta que lo que sí encontré fue la seguridad de contenerme y cuidarme de mi propia mente a través de la lectura y la escritura. Como dice Rosa, las partes que no son verdad, son las más verdaderas. “Sé que a veces hace falta mentir para que salga a luz la verdad” decía Tove Ditlevsen.
Y lo que acaban de leer es una pequeña declaración de locura, un claro grito desesperado por ya no saber en qué creer, en quién confiar o cómo hacerlo. Qué es verdad y qué no, cuál es la realidad de las cosas y cuál no. Hemos vivido engañados todo el tiempo y hasta mis 32’s he experimentado un satori pero de la desgracia decidida de la humanidad. Por qué infringirse tanto dolor a conciencia y despiertos, si ya el mundo pesa y duele tanto. Quiero pensar que los locos son los violentos y que los buenos son más y que haremos todo lo posible por cambiar, por hacer algo, por aportar algo.
Dejé de escribir porque viví esa violencia que se da por redes sociales. Sin embargo, hoy retomo porque hay violencias de las que nadie quiere hablar pero no dejen de compartir sus deseos de paz por Palestina, por Ucrania, por el Congo, y por cualquier otro país, pueblo, casa o persona que esté viviendo esa violencia y necesite volver a confiar en que la humanidad dejará de repetir sus patrones comportamentales que solo producen dolor, guerra y desolación.
Todos somos novelistas, entonces tenemos la capacidad de escribir historias diferentes, historias noviolentas. Historias que también validen lo capaces que somos los humanos para cambiar, para crear paz, tranquilidad, compartir el amor y la comunidad.