Priscyll Anctil Avoine
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Este es un diario contra una sustancia ajena, a la cual se ha decidido denominar “Yasmin”. Todas la conocemos por este nombre que le ha dado el patriarcado – claro, un nombre asociado a un cuerpo de mujer, para asegurarse también que nos sintiéramos nosotras mismas culpables de tomarla. Porque los cuerpos que colonizamos con sustancias hormonales, sobre todo, son los femeninos y femenizados. Y digo que todas la conocemos así, porque siempre se ha visto como un asunto femenizado. Al pronunciar su nombre – en las pocas veces que lo hacía – los hombres huían: “estas son discusiones de mujeres”.
Pues este es un diario contra esa sustancia que me colonizó durante casi 18 años. Sí, 18 años y creo que, con ciertos daños irreversibles. Y hoy escribo desde la rabia de haberme percatado con esta constatación a los 34 años. Y es un diario íntimo, público y político.
¡Ah! pero tú tomaste la decisión? Sí, la tomé. Pero como varias feministas ya lo han gritado, siempre tomamos decisiones en medio de pocas posibilidades y en contextos estructurales que moldean nuestros saberes sobre nuestros propios cuerpos. Como Federici bien lo ha demostrado, existió un genocidio contra las brujas que no eran nada parecido a monstruas, sino más bien parteras, aborteras, doulas, conocedoras de nuestras matrices y de sus poderes. Su saber ha sido reprimido, y la ginecología moderna, patriarcal y colonial se ha apoderado de esos saberes para enmarcarlos en los principios mecanicistas de la medicina cartesiana. En estas condiciones tomé mi decisión. A los 14 años.
Por varias razones, me hicieron creer – y a millones de mujeres más – que necesitaba echarle semejante cantidad de hormonas a mi cuerpo, apenas desarrollado y apenas menstruando. ¡Además, eso me iba a liberar del peso de la reproducción y no iba a tener acné! ¿No quieres tener menstruaciones? ¡La píldora! ¿No quieres tener bebés? ¡La píldora! ¿Tienes ovarios poliquísticos y no hemos investigado mucho el tema – obvio porque concierne las mujeres…? ¡La píldora! ¿No tienes relaciones con hombres, pero te dan muchos cólicos? ¡La píldora! Claro, porque no queremos ni educar sobre los cuerpos femeninos, ni investigar por qué existen ciertas problemáticas y tampoco queremos pensar en el cuerpo de las mujeres desde otros ojos que el heteropatriarcado colonial.
En varios países, la colonización europea ha traído unos presupuestos de “higiene” que condenaba, por un lado, los saberes ancestrales sobre los cuerpos femeninos y, por otro lado, asociaba el sangrado de las mujeres como algo que era sucio y, por lo tanto, que debía esconderse en lo íntimo – y resultó en la auto-colonización de nuestros cuerpos. Nos creímos que teníamos que escondernos. Recuerdo en la secundaria, teníamos códigos con nuestras amigas para decirnos si nos habíamos manchado por las reglas. Es un miedo social a ser mujer.
Y entonces, viene lo triste. Resulta que llego a conocer qué es realmente una ovulación a los 34 años. Que me doy cuenta que nunca supe qué era menstruar de verdad; ver este rojo intenso, potente, liberador. Nunca había conocido la fuerza creativa que la menstruación me da en uno de los días específicos de mi ciclo. Ni su conexión con la luna. Ni la libido tremenda que se me despierta cuando óvulo o el segundo día que menstrúo. Eso sí es muy triste. Y bueno, ahora es excesivamente bello porque vivo todo esto potencializado.
Lo peor es que los peores efectos de la píldora anticonceptiva no los vi sino hasta que paré de tomarla. La primera vez, tuve una tos alérgica durante 3 meses que me hacía vomitar por las noches. La segunda (esta vez, definitiva), tuve varios efectos muy positivos – como recobrar mi libido, mi energía, dejar de tener problemas de circulación de la sangre – pero los efectos negativos se me vinieron cobrando 18 años de daños corporales. Acné, cabello grasoso, subida de peso, ciclos largos, etc. Y eso no es nada; algunas mujeres sufren de problemas de la tiroides, otras no menstrúan por más de un año después, algunas descubren endometriosis u ovarios poliquísticos.
De hecho, era como si la píldora aniquilaba todo en mí; era como una completa inhibición de las sensaciones. Así, mientras la tomé, no “veía” los efectos de ella en mi cuerpo. Pero cuando paré, mi cuerpo se deshacía de todas las toxinas, y entonces, empezó una larga reconciliación con la culpa, los miedos, las incertidumbres frente a mi salud sexual y reproductiva, y entonces, empezar a sentir.
Y es un tema profundamente político. Todas nuestras opciones son reducidas; pero afortunadamente, otras mujeres empezaron a darnos pistas para cuidarnos de forma diferente. Porque eso sí, el sistema sigue diciendo que nos tenemos nosotras que “educar”, tomar conciencia de los “métodos”; otra vez se apodera de nuestros tiempos para culparnos si algo “falla”. Se apropia de nuestro tiempo porque también, en la neoliberalización de los cuerpos, las decisiones son todas “nuestras”, y las responsabilidades también. Pero nos quedan dos opciones: seguir mujeres como @uteramedicina @vivenciaecosomatica @somosuvia, leer la cartilla de autocuidado de @lajuntanza; y dos, escribir nuestras historias. Pueden empezar aquí abajo…