Amor entre mujeres: Intenso, sensual y revolucionario

Yira Miranda Montero
Twitter: @YiraMirandaM
yira.miranda@fundacionluvo.org

Por la amistad transfronteriza y encarnada de Priscyll Anctil Avoine.

Un homenaje a su amor.

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Lo intenso: reconocer las estructuras que nos mantienen sometidas en el sufrimiento

No nos cuidamos. Les pedimos a las otras su paciencia y amor todo el tiempo pero nosotras mismas no tenemos con qué acompañar los procesos y los momentos difíciles de las otras. Usamos el desconocimiento de nuestras emociones para decir que por enojo expresamos y hacemos cosas que deben ser disculpadas y superadas rápidamente, sin embargo, luego no hay reciprocidad para entender el tránsito de esas emociones que otras viven. Nuestro amor entre mujeres está mediado por el sufrimiento, los prejuicios y la idealización que nos enseñó el amor romántico heteronormado. Es así de sencillo. Decimos a nuestras amigas que les amamos pero queremos que sean solo nuestras, que no tengan otros espacios, otras amigas, más vida que no sea con nosotras o simplemente no estamos. Decimos a nuestras parejas que les amamos y les engañamos como el amor romántico nos ha enseñado para así ejercer control sobre ellas. Les decimos a nuestras amoras que les cuidamos pero nos alejamos porque no queremos escucharles más, no queremos que nos cuestionen y preferimos dejarles cuando más nos necesitan. Estamos muy rayadas. Estamos a la defensiva pensando que la otra dice cosas para herirnos y dañarnos, sin reflexionar absolutamente nada antes, sin escuchar y mucho menos comprender, no analizamos. El desapego que performamos por las mujeres de nuestras vidas es tan grande debido a toda esa misoginia internalizada que tenemos y aún no reconocemos. Criticamos todo en la otra, en nuestras madres, tías, abuelas, primas, amigas, parejas, compañeras etc pero así estemos viviendo exactamente sus mismas historias, no lo aceptamos. Nos da miedo aceptar, nos da miedo reconocer lo machistas que somos, lo bien educadas que estamos para competir entre nosotras, para odiarnos y maltratarnos que el día en que empezamos a hacer ejercicios colectivos de acompañamiento, cuestionamiento y cambios solo creemos que nos están destruyendo, porque ese es el lenguaje que utilizamos. No sabemos expresar nuestras emociones porque siempre las evitamos, evitamos la confrontación, hablar con sinceridad desde el corazón, evitamos las charlas duras y cuando me refiero a duras es porque intentan derribar sí, nuestras estructuras de una educación y socialización patriarcal, racista, clasista y sí del sufrimiento. O en su defecto, definitivamente decimos ¡no más! E iniciamos un camino rudo y a la vez bellísimo, hacia el cambio.

Lo sensual: empezar a vernos, sentirnos y vivirnos de otras maneras

Cuando ponemos límites y empezamos a cuidarnos se nos nota de una forma extraordinaria. Algo en el rostro cambia, nos ven diferentes, más jóvenes, radiantes. Parece contradictorio, pero no lo es. Sí hay que estar para las demás, cuando lo necesiten, cuando estén listas, cuando sea cuestión de vida o muerte, sin embargo, en estas relaciones es sano empezar a ubicar nuestros límites porque nos hemos dado cuenta que este sistema nos ha educado para sacrificar y trabajar para otras personas por encima de nuestro propio bienestar. Entonces, el cambio también se somatiza corporalmente. Dejamos de criticar nuestros cuerpos, de no gustarnos, de despreciarnos, dejamos de vernos al espejo para decirnos todo lo “malo” que vemos y entonces sí empezamos a observarnos. Por fin vemos lo que ha hecho nuestro cuerpo por nosotras, todo el potencial que tiene para resistir, parir o no, luchar, sostenernos, bailar, gozar, sentir placer, defendernos, sobrevivir, abrazar y cuidar. Cuando todo esto sucede las mujeres por fin podemos juntarnos y así nos mantengamos juntas o no, nos reunimos para crear lo que queremos para nosotras. Es sensual porque por fin nos decimos lo poderosas que nos vemos, que nos percibimos, que sentimos a las otras, sin vergüenzas, sin penas, sin competencia; nos decimos esas cosas porque las relaciones entre mujeres empiezan a contemplar un componente diferente: el de hablar abiertamente de nuestra sexualidad, del erotismo, de lo que ninguna habla, de lo que muchas callamos porque la sociedad nos delegó una característica aceptable como la de guardar silencio. Sensual porque reímos a carcajadas, hablamos de lo más íntimo y político. Compartimos qué nos gusta y cómo nos gusta en la vida, conocemos nuestro temperamento y consolidamos nuestro carácter. Nos hacemos más inteligentes, identificamos la manipulación y no la permitimos. Navegamos en nuestras emociones y piloteamos sus impactos en nuestros cuerpos y externamente. Nos consentimos sin necesidad de ser una fecha especial, hacemos cosas para y por nosotras mismas. Y a quienes me lean se les ocurrirán muchas más. Hemos reconfigurado lo sensual, lo erótico. Ya no le tememos, ya no queremos que sea un campo desconocido para nosotras.

Lo revolucionario: Recordando a Audre Lorde, la ira.

Hay belleza en todo el proceso. Quizás un poco de locura también, sin embargo tengamos por seguro que lidiaremos con el enojo en muchas ocasiones, tanto que o aprendemos a encausarlo o seguiremos dejando daños a nuestro paso. Aunque debe quedar claro que no podemos controlar cómo nos interpretan por más  precisas y asertivas que seamos. Últimamente, he tenido de compañía a la ira que me calienta el cuerpo, me envuelve el rostro en el fervor de sus sensaciones y me deja en blanco la mente para tomar tiempo de saber qué hacer con ella, cómo compartir lo que me enseña, respetando y cuidando cada corporalidad que también me rodea. Soy más consciente que nunca que no debo temer a mi ira, que debo confrontarla, abrazarla y fundirme con ella hasta que su sabiduría termine por abrasarme también. Ha sido la ira la que me ha hecho movilizarme, sobrevivir, vivir. En palabras de Audre Lorde sobre el racismo, que para mí puede ser un parangón de lo que sucede en las relaciones entre mujeres y que debemos reconocer rápidamente para transformar: hay que responder con ira. Es que nos criaron para odiarnos a nosotras y a las demás. Empero, cuando ya tenemos conciencia de ello debemos usar esa rabia que nos da el no poder salvar la vida de otras, cuidarnos, cuidarlas, amarnos, amarlas bonito y decir: Usa tu ira para cambiar, no para callar a otra. Usa tu ira para decir la verdad, no para engañarnos. Usa la ira para moverte, no para detener la libertad de las otras.

Les dejo la cita de Audre Lorde:

“Las mujeres responden al racismo. Mi respuesta al racismo es la ira. He vivido con esa ira, ignorándola, alimentándola, aprendiendo a usarla antes de que echara a perder mis visiones, durante la mayor parte de mi vida. Una vez lo hice en silencio, con miedo al peso. Mi miedo a la ira no me enseñó nada. Tu miedo a esa ira tampoco te enseñará nada. Por ejemplo, hablo desde una rabia directa y particular en una conferencia académica, y una mujer blanca me dice: “Dime cómo te sientes, pero no lo digas con demasiada dureza o no podré escucharte”. Pero, ¿es mi forma de actuar la que le impide escuchar, o la amenaza de un mensaje que puede cambiar su vida?” (1)

¿Es la amenaza de un mensaje que puede cambiarnos la vida la que no nos permite escucharnos? Hablar, llorar, confrontar. Considero que esta es una de las bases de una política de la amistad, término acotado por Rita Segato (2) y que actualmente queremos seguir nutriendo de sentido práctico, experiencias, significado y fuerza con una colectiva llena de ilusiones y ejercicios diarios de esa transformación de las relaciones entre mujeres: Lüvo-Love mi agradecimiento profundo por acompañarme en este momento tan loco del mundo, por brindarme tranquilidad en medio la violencia estructural que actualmente nos agobia.

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*Este escrito fue enviado a la convocatoria de La Crítica el 8 de febrero de 2021

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