Paula Castro Blanco
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En nuestro recorrido del conocimiento, buscamos explicar el funcionamiento del universo. Una de las respuestas más persistentes, desde Aristóteles, ha sido la esencialidad del equilibrio dado por el orden. Si bien cada cuerpo individual tiene sus propias funciones, estas se encuentran vinculadas con las funciones de los otros, para crear un universo funcional en relación mutua[1].
El orden se concibe esencial para la existencia, porque de él depende el equilibrio del funcionamiento. Esa pulsión, se transpola a la gestión que el cuerpo social ejerce sobre el cuerpo individual, a través de la cultura. La biblia[2]describe a un hombre que ordena para crear a través del lenguaje, pues tiene la capacidad de perfeccionar la creación al darle nombres a los animales, es decir, los concibe existentes por poder hacerlos parte de su discurso.
Esta capacidad de ordenar-crear continúa en el lenguaje. Lacan[3]explica los símbolos (unidades que conforman el lenguaje) como una humanización del mundo, una construcción de la realidad en codificaciones[4]. Así, podría surgir la máxima: “Se define, luego se existe”.
Presentado como una categoría de orden a los cuerpos individuales, el género nombra para ordenar y crear identidades. Pero al revisar la sigla LGBTIQ+, nos encontramos una necesidad de orden o categorización que crea, ordena y pretende normalizar identidades de género y orientaciones sexuales.
Con esto, no pretendo problematizar la categorización de las identidades y orientaciones sexuales, para proponer la eliminación del género o de las categorías. Por el contrario, pretendo criticar la idea de normalidad (en tanto orden disciplinador) como respuesta para la inclusión y el respeto de todos los cuerpos.
Es recurrente encontrar discursos de lucha por la normalización de las identidades y orientaciones sexuales LGBTIQ+. Se asume la normalización, como solución a la discriminación, en la academia y en personas lideresas de la población LGBTIQ[5].
Sin embargo, la normalización no puede tomarse como un instrumento benévolo para llegar al respeto e inclusión de las subjetividades LGBTIQ. Según lo afirma Paul B. Preciado, la dicotomía normalidad y anormalidad surge de la gestión biopolítica, y por ende disciplinadora, de los cuerpos, como ya lo había dicho Foucault, que los dispone en aras de hacerlos útiles para el sistema colonialista – neoliberal y patriarcal[6].
Así, estaríamos solo trasladando el estigma discriminatorio de la normalidad y anormalidad, que sustenta el sistema, sin eliminarlo. Pervive la justificación de la administración de los cuerpos. Se continúa con la construcción social de normas en donde el uno (normal) tiene la facultad de excluir a la otredad (anormal), pero ya no solo desde la heteronorma, sino también desde la norma de lo LGBTIQ. Se estaría pensando en círculos, falazmente, porque se pasa de orden únicamente heteronormado a un orden hetero – y LGBTIQ – normado, al parecer más amplio, pero igualmente gestionador de las identidades.
El paso del respeto y la inclusión de identidades por su normalidad a un respeto por la otredad, sin juicio de valor, es un cambio de paradigma, que permite un proceso de construcción de la identidad sin gestión y, por ende, desde cualquier subjetividad.
El respeto por la variedad y la diferencia reconoce la existencia de la otredad, con ello, su inclusión y aceptación, sin tener que reducir a la identidad a construcciones de lo normal. No existe la posibilidad de discriminar (gestionar) los cuerpos con ciertos valores o estéticas, cuando todos los cuerpos son válidos. Entonces, el cuerpo individual tiene la facultad de pensarse sin juicios de “malo o bueno”, “acierto o error”. La eliminación de la normalidad permite la construcción de la identidad, desde cualquier subjetividad y reconoce la fluidez como carácter del ser humano social y en tránsito constante.
[1]Aristóteles de Estagira. (2011). Metafísica de Aristóteles; traducción Tomás Calvo Martínez. Madrid: Gredos.
[2]Génesis 2:20; Francisco, A. (2017). Biblia: Biblia de la iglesia católica para los jóvenes. Prólogo del Papa Francisco. Taunus: Fundación YOUCAT.
[3]Puntualmente Lacan explica el proceso del lenguaje como “un mundo humanizado, simbolizado, construido por la trascendencia introducida por el símbolo en la realidad primitiva”.
[4]Zelis, Oscar. (2016). El orden simbólico y la concepción de símbolo en Lacan y Pierce. VIII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Universidad de Buenos Aires, 1-5.
[5]Léase los estudios de Bohórquez, Clara, Martinez, Karen, Jaramillo, Juliana & Restrepo, Jair (2020). De la invisibilidad al continuum de homofobia: Barreras socioculturales para las familias LGBTI en Colombia. Revista Psicoperspectivas, 19(1). Además, las afirmaciones de Juliana Martínez en Redacción Judicial (2016). “Si un niño es gay, no es malo”: Juliana Martínez, coordinadora de proyectos Sentiido. El Espectador. Disponible en https://www.elespectador.com/noticias/judicial/si-un-nino-gay-no-malo-juliana-martinez-coordinadora-de-articulo-663341
[6]Preciado, Paul (2020) Aprendiendo del Virus. El País. Disponible en https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html
*Las posiciones son de las y los columnistas y no representan necesariamente a la Fundación Lüvo.
**Fotografía: pixabay