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“Cuando me fui a la cama, el mundo estaba cerca, colectivo, viscoso y sucio.
Cuando me levanté de la cama, se había vuelto distante, individual, seco e higiénico.”
Paul B. Preciado
Vivimos, sentimos y escribimos desde lugares distintos, sin embargo, nos hemos encontrado en una sensación-espacio común, la ausencia y la prohibición de algo vital. Los abrazos.
Como una de las medidas para prevenir y mitigar la propagación de la Covid-19, se nos ha prohibido abrazarnos, tocarnos, apapacharnos, besarnos, las relaciones cara a cara. Hemos celebrado en algunas locis el hecho de no contagiarnos gracias a las culturas en donde no es costumbre tener expresiones de afecto que requieren contacto. Así estamos. Aplaudiendo el triunfo de la idea del sujeto liberal, la idea del soberano que no necesita la pasión encarnada, conduciéndonos a la despersonalización, al aislamiento, la disolución de todos aquellos vínculos que no se encuentran estipulados en el contrato social.
¿Y qué tal si promover y repartir abrazos fuera una opción de resistencia a la imposición neoliberal de un mundo immune? No nos malinterpreten, ni nos juzguen duramente por esto. Sin embargo, pensemos en los efectos corporales inmunológicos y psicológicos que provoca esta respuesta global ante Covid-19. Parece que el virus, siempre es el extraño, el otro, lo que viene a pegarse a tu piel, que no quieres que esté; así lo percibimos. Quizás ya estemos escribiendo desde las grietas psicológicas abiertas por el confinamiento. Todo es incertidumbre.
Algo innegable es que nuestras terminaciones nerviosas no quieren más escuchar “aléjese”, “mantenga su distancia”; no soportan más sentir la repulsión al acercamiento. ¡Hay millones de terminaciones nerviosas esperando un roce! Y resulta que sin el roce-encuentro de los cuerpos, no hay militantes. Ni tampoco hay emociones que motiven la militancia. Sin emociones no hay cuerpos insurgentes. Porque como lo afirmó Foucault, no hay política que no sea política de los cuerpos.
Y de esto sabemos las mujeres. Se nos ha enseñado históricamente a temer de nuestros fluidos corporales; sabemos y vivimos el significado de la vergüenza social por nuestros cuerpos de manera constante. Por eso sabemos que la resistencia al aislamiento corporal pasa por abrazar lo prohibido, lo que está fuera de la nueva “normalización” a la distancia social. Por eso hemos desarrollado políticas de amistad, políticas desde, para y con los afectos. Esto es lo que nos ha permitido desdibujar las fronteras que nos han impuesto, para vigilar nuestros cuerpos y controlarnos.
Según Paul B. Preciado, lo inmune y la comunidad tienen una misma raíz etimológica: ser inmune, en el derecho romano, significaba exonerar a una persona de sus deberes frente a lo común. La Covid-19 devela justamente eso: la transferencia al cuerpo material, de la responsabilidad de inmunizarse contra su propia comunidad. Nos han convencido de que teníamos que inmunizarnos; dejar de abrazar nuestros cuerpos-territorios, e “inmunizar” cada cuerpo individual.
Ahora, estamos de acuerdo en que esto es una ironía cruel dado que el hambre de piel o la privación del afecto debilita nuestro sistema inmunológico, lo cual nos hace potencialmente más susceptibles al coronavirus, como lo explican varias investigaciones que afirman que el contacto humano está directamente relacionado con mejoras inmunológicas en pacientes.
La distanciación emocional no es una solución a la pandemia. Como lo afirma Deepak Chopra, la Covid-19 nos hace experimentar las pérdidas, los duelos, de forma masiva. Estamos perdiendo nuestra conectividad. Estamos en perpetual aislamiento afectivo. Por eso, invitamos a lo prohibido. A lo afectivo, a lo corporal. En mantenerse en oposición, a la aseptización de nuestros afectos.
Somos seres encarnados a quienes le han prohibido el contacto físico. Nunca lo habíamos vivido de manera tan consciente. Tenemos ganas de abrazar, así como cuando el cerebro nos avisa que debemos alimentarnos para sobrevivir. Tenemos hambre de abrazos, de tocar a otras personas. Tomarnos de las manos.
Los abrazos prohibidos son la respuesta encarnada contra una política de aislamiento de los cuerpos. Contra una sinergía de biopoderes y de biovigilancia. Desde los abrazos prohibidos, abrimos espacios, con nuestras “crew de cuarentena”, para empujar los límites corporales de estas prohibiciones. Para resistir. Y esta construcción de la resistencia pasa por el cuerpo. Por una política de la amistad; una política de los afectos. No podremos resistir a la Covid-19 si no abrimos grietas afectivas.