El deseo creador

Una reflexión sobre el (re)nacimiento del individuo.

Paula Castro Blanco
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Imagen: Comfreak, Pixabay

En su febril ardor, el pecho de una persona en medio de la pasión correspondida duele. El deseo convertido en pasión presiona ahogante (cercano a la muerte) permeando, inundando la fortaleza de costillas y pulmones que resguarda el corazón. Y una desbordada totalidad asfixia, como cuando se nada demasiado profundo. Y esto es tan contradictorio, porque ese mismo ardor es un paroxismo de felicidad, fugaz, sí, como evaporado por el tiempo.

¿Quién soy yo es producto de la destilación entre sexualidad y pasión correspondidas?

Decía Estanislao Zuleta, explicando a Freud, que la sexualidad[1] es una de las cuestiones que más nos aleja de la animalidad, porque ella no pertenece a lo biológico, al área de los instintos (como sucede en los animales), ella deviene de lo simbólico, de la historia personal, de los problemas afectivos y los duelos. En eso son iguales, tanto la sexualidad como la identidad son construcciones socioculturales[2], pero su relación no permanece en el área de la similitud, ellas se formulan y reformulan en un ejercicio mutuo (no es unidireccional o einseitig). La sexualidad y el deseo cuestionan a la identidad[3] y viceversa.

Cuando se desea al otro, también una se rehace (o renace) en un oscilar de imágenes que acarician lo que vagamente quisiéramos ser (ver), hasta que a fuerza de movimiento y velocidad se entrega una unidad, una síntesis[4]. El proceso es el del doble espejo[5] que entrega un nuevo individuo construido desde la infinita reproducción de imágenes, que son aquellos renacimientos que ocurren cada vez que deseamos la imagen que el otro nos muestra de nosotras mismas.

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Imagen: Comfreak, Pixabay

Y ello ocurre dentro de un procesos que está lejos de toda pasividad, está lleno de cuestionamientos angustiosos por el desconocer el destino final de la identidad y por la conciencia, que se empieza a tener, de vivir en un cuerpo etéreo por definición, primigeniamente vacío y por ende, abandonado. Entonces, sexualidad y deseo devienen en la fuerza creadora, gestionadora y ordenadora de la identidad. Se trata de un demiurgo que construye el contenido de los cuerpos etéreos, con lo que les entrega sentido para rescatarlos del abandono.

Quien soy yo es el producto del deseo correspondido.


[1] Zuleta, Estanislao, (1985) El pensamiento psicoanalítico. Editorial percepción. Medellin, Colombia.

[2] Rojas, Morelba en “Identidad y cultura” revista Educere, vol. 8, núm. 27, octubre-diciembre, 2004. Expone que la identidad se desarrolla dentro de pautas culturales e históricas y que se entiende desde (Etking, y Schvarstein, 1992:26) en una dimensión antropológica por estar enmarcada en la atmósfera cultural del medio social global y en una dimensión sociológica por tratarse de una construcción que emerge de las relaciones entre individuos y grupo…”

[3] Freud explicaba el reconocimiento de sí mismos, la formulación del propio ser desde varias formas de la identidad.  la identidad secundaria está relacionada con el ingreso en un sexo-género y con ello en el cumplimiento de ciertas reglas sociales.

[4] Esta se lograda a partir de lo que traen les amantes (sujeto deseante y objeto deseado) desde antes, como lo referenciado por Zuleta en Freud.

[5] Esta idea del doble espejo la descubrí leyendo y escuchando a Carolina Sanín, especialmente en el libro tu cruz en el cielo desierto.

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