Somos deseo

Paula Castro Blanco
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Instagram: Paulabc300

¿Qué podemos llamar realmente latinoamericano? las respuestas pueden tener la colonialidad interiorizada que asegura que somos únicamente una cultura derivada del eurocentrismo español o llevar esencialismos que niegan la influencia española y reconocen una arjé exclusivamente indígena. Pero uno de los puntos repetitivos y comunes es nuestra fuerte relación con el cristianismo católico, y por ella la valoración del sufrimiento, más el desprecio por el placer.

Precisamente, el símbolo o icono superior del catolicismo es un hombre blanco sufriendo en una Cruz y la fuente de sanación, perdón y acercamiento, a esa figura deidad, es también sacrificial. Se come el cuerpo y sangre como un ritual de canibalismo despedazante y visceral de un cuerpo, que además, se cree aún vivo.

Después de la glorificación del sufrimiento como valor de deidad, el placer se define despreciable por acercar a los infiernos, en tanto pecaminoso, pero también por ser fugaz, y en contraposición a la trascendencia relacionada con la infinitud del dios católico. Así, en la red de relaciones sociales de la comunidad latinoamericana (o tal vez de todas las comunidades fuertemente católicas) se ha preferido desear al otro ser humano que tener placer de estar.

Imagen: Pixabay

Una persona cómo ser deseante está constantemente en sufrimiento pues el deseo como una espera genera angustia y ansiedad. Sin embargo, la razón por la que el deseo encuadra muy bien en nuestro imaginario latinoamericano no se reduce a la generación de sufrimiento. El deseo permite una idealización de la vida propia y de los demás, funciona para construir ficciones y vivir dentro de ellas (tal vez porque la realidad es horrible). De esta forma, preferimos el mundo intangible, inconmensurable y por ende tan cercano a lo divino.

Todo eso se ve en la canción Deseándote de Frankie Ruiz. La voz que canta comienza describiendo cómo disfruta fugazmente, las miradas en la calle con una persona que conoce, lo que es suficiente para entrar en el mundo de la ficción. Entonces, la sinestesia conecta ficción con percepción material, pues aunque no hay contacto físico las miradas se sienten como una caricia y la pasión (proveniente del placer) de la memoria le quema aun el abrazo.

Te veo en la calle
Nuestras miradas se tropiezan y se asustan
Y en un instante se acarician, se disfrutan
Y se alejan después con disimulo (…)

Y aun me quema la memoria de tu abrazo
De la pasión que cuerpo a cuerpo nos gastamos (…)

En ese punto, se aclara porque la realidad no es el deber ser, ni lo deseado. Los dos acompañantes son dos suplentes producto de un error, en tanto resultado de un fracaso.

Ese hombre contigo y esa mujer
Que no conozco de mi brazo
Los dos suplentes que después de aquel fracaso.

Para ese momento, el deseo lo lleva a caer hundiéndose, es decir, a perder el control de sí, a salir de la superficie estable y sumergirse en la materia de la que este hecha el abismo, hasta llegar a un paroxismo febril que lo hace incontinente y se derrama.

Cada día, cada noche deseándote
Para hundirme en tus abismos inventándote
Cuando tiemblo y me derramo sobre ella (…)

Otra vez vuelve el deseo capaz de crear realidades o ficciones con la yuxtaposición de los labios de la persona deseada sobre aquellos que realmente están tocando al cantante. Y esto continúa al ocurrir la yuxtaposición de las manos la persona deseada sobre de las manos del cantante, tal como si fuera una posesión del cuerpo, un delirio. 

Deseándote

A sí mismo como tu estas deseándome

En la farsa de otros labios saboreándome

Saboreándonos tan lejos y tan cerca

Te entrego mi cuarto

Con el deseo de convertirte en mi fantasía

Mientras mis manos cual tus manos me acarician

Y sin ti pero en ti me vuelvo loco.

Finalmente, toda esta construcción busca habilitar el encuentro y el placer de los cuerpos a través del exclusivo mundo, que no puede ser vigilado y por ende tampoco gestionado por la norma sociocultural (o al menos en el momento de la publicación de la canción no lo era) que castiga el placer y prefiere el sufrimiento, el mundo de ficción hilvanado por el deseo.

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